viernes, 21 de septiembre de 2018

Celebración


Celebración

Mi tía Zoila era una mujer orgullosa. Estricta. De  tez oscura y suave.  Me crío cuando mi mama se la llevo el cáncer.  Tan alta que intimidaba. Tan noble que a la sala velatoria, hoy  no le cabe más gente.

Hay parte de la familia que  solo veo en funerales. Hay los que deambulan de vez en cuando por mi vida. Mis primas no dejan de gimotear. Otros salen a los jardines para fumar y ponerse al día. El chuchiqueo se enreda con los lamentos. Periódicamente  me llaman para saludar a alguien que no he visto en años

Por respeto a mi tía, Alberto negocio una tregua con Alicia en pleno divorcio. Y hacen alarde de tolerancia en medio de la sala. Si solo pudiera saber en qué piensan en ese momento tan incómodo. Ya no quiero más café, sobre todo porque el café me hace el efecto inverso. Tampoco quiero más saludos de condolencia, pues hay quien lo hace por lastima y otros con tanta reverencia que me enferma.


Llega el Padre Ricardo. Algunos de dolientes lo siguen hasta la habitación donde está la urna. Por un momento quise ir también. Pero ya estoy algo cansado. La noche fue larga y desgastante. Los lentes oscuros no ayudan y ya comienzo a sentir calor.

Un desfile de personas atraviesan la entrada principal. Van y vienen dejando abrazos y lágrimas regadas por el recinto. Creo no soportar el ambiente una hora más. El peso de la tristeza se mezclaba  con el cansancio y me hacía arder el hombro derecho.

Johana aparece justo cuando estaba por desfallecer. Sonríe tímidamente. No se acerca, permanece en el umbral de la puerta. Me levanto y camino restregándome las manos en el pantalón. Le tomo una mano al tiempo que ella sin dudar dice:
-Amor…es positivo.

Volví a llorar. Abrazándola con fuerza. Ella también lo hacía. Mientras que la gente pasaba dándome palmadas en el hombro y diciéndome:

-Sentido pésame.

Ricardo Adolfo

lunes, 27 de enero de 2014

Los fantásticos poderes extrasensoriales de Diego Díaz


-Te lo juro Diana, ¡ese hombre sabe lo que pienso!
-Hay por favor Daniela, ¿ahora vas a creer en ese tipo de cosas?
-No es que crea, es que me lo ha hecho más de una vez, es más desde que nos casamos es ya un hábito que Diego me comente cosas que yo ni siquiera le he mencionado- dejo de cortar con el cuchillo los coloridos ajíes y se puso de frente a su hermana que la ayudaba revolviendo la sopa.- el otro día cuando ni siquiera me acordaba de que mami venia, me espero en la puerta del baño y me dijo con esa voz nasal pero profunda: “recuerda que tienes que arreglar el cuarto de atrás para tu mama”.
-No entiendo, ¿y eso que tiene que ver?
-Que nunca le comente de la visita de mamá, de hecho yo creía ya que no venía pues no consiguió vuelo por las fechas. Y cuando se me quedaron las llaves del carro y tuve que llamar a un cerrajero; no le dije nada evitando el sermón que me daría; pero ¿Qué te parece? en medio de la cena me pregunto: “¿y cuánto te cobro el cerrajero?”
-Alguien le dice o tiene micrófonos es la única respuesta
-¡Entonces tiene micrófonos por todas partes, cámaras o satélites espías! Ahora eres tú la crédula -increpo Daniela regresando a los ajíes- Te digo que tiene una especie de conexión con mi mente que no puedo explicar.
-Y tú, en todo este tiempo, ¿no le has preguntado cómo es que sabe todo?
-No me atrevo, tú sabes cómo es él cuando le preguntas algo que no quiere decir, me evade de manera sutil, sin escándalo y terminas charlando de otros temas hasta que olvidas la pregunta. Daniela hace una pausa y blandiendo su mano hasta su frente añade con tono aún más preocupante.- Y aun no le digo lo del bebe; no sé cómo decirle, quería que fuera especial, pero esta mañana se le hiso tarde, y salió volando
-¿Y si ya lo sabe?
-¡Por favor Diana,  si tú y yo nos vinimos directo del laboratorio!
        Afuera se oye un carro que se estaciona en frente, luego la puerta. Diego entra saluda a  su cuñada con un beso en la mejilla. Sin más se arrodilla  frente a su mujer y la abraza por la cintura. Coloca la oreja como queriendo escuchar hacia dentro del vientre y sonríe con una fascinación casi delirante. Las dos mujeres se miran con los ojos exorbitados. Diana lidiando con la impresión le dice susurrante a su hermana- ¡Pregúntale ahora!
Daniela sosteniendo la vinagreta que ya había empezado hacer dice como exhalando-Mi amor, ¿cómo supiste?
Diego sin abandonar su posición, ni su delirio contesto -Mi vida,  tú hablas dormida.



Ricardo Adolfo

El Doctor Rodríguez se marcha

Norberto Rodríguez esconde tras esos movimientos de las manos, la idea angustiosa de una muerte que no esperaba. Aunque pasa de los cincuenta y seis, se había puesto como meta terminar todos sus proyectos. Sabe que el tiempo se le está escapando y eso lo atormenta.

Desde siempre la perseverancia lo ha hecho sortear obstáculos que otros ni siquiera miraron de frente; es por eso que por primera vez en su vida se siente abatido. El temblor cíclico, de lo que antes fue su firme mano diestra, es la señal visible de un final patético de alguien que fue líder y consejero de gobernantes.
 En su edad adulta casi nadie sabía que era disléxico o que su miopía la ocultaba en lentes de contacto. Siempre oculto sus debilidades, creando para su entorno la imagen recia del hombre que se formó desde los estratos más miserables de la lejana San Cristóbal. Tres idiomas y un título en Ciencias Políticas lo llevaron a Caracas en donde el estamento político de turno se peleaba por una cita en su oficina en El Rosal.


Hoy solo acierta a mirar el techo, buscando una respuesta que de seguro no entenderá. Rebuscando sensatez donde ahora solo tiene una tormenta de emociones. Quizás si toma la muerte tal cual es, sin analizarla tanto, se ira en paz. Pero esa no es su naturaleza se levantara y mirara con el entrecejo cortado y mirada fulminante a su destino y lanzara uno de sus legendarios  retos. Por lo pronto debe secarse las lágrimas sin que nadie lo vea.

Ricardo Adolfo

domingo, 26 de enero de 2014

Terminal tecnicolor

Iba pensando que los aeropuertos son en sí mismos tan tristes como los cementerios. Aquí vienen a morir las esperanzas, aquí terminan historias, aquí hay separaciones cortas y separaciones para siempre.
Una mujer y un enorme cepillo me descubren en medio de mi tristeza. Ella barre polvo con lágrimas sin inmutarse por las emociones que la rodean. Yo me aparto para no ser atropellado y seguir escondiéndome en la soledad.
Este es un lugar de desprendimientos  y de promesas que no se cumplirán. Veo gente que se abraza y en medio de aquello una señora sujeta con una mano el rostro de un joven y con la otra trata inútilmente de peinarle el mechón de cabello que le cubre casi hasta los ojos. Ella se despide, como yo de todos los que se me han ido. Ella renuncia como yo también lo he hecho. Estoy allí, inmóvil por la frustración de quien pierde la vida por cuotas.
Andrés se fue a Londres, a estudiar y a vivir con frio. Nina a Madrid huyéndole a las circunstancias. Naty escogió Atlanta para ser odontóloga mientras yo me quedo aquí con el tercermundismo pegado en mi testarudez. El enorme cepillo y su impávida conductora me descubren otra vez. Vuelvo a ocultarme.
Una voz aparentemente femenina pronuncia ciudades y números. Maletas, cajas, personas y emociones que se mesclan en una sola imagen. Sostengo las llaves del carro buscando aferrarme a algo tangible.  El teléfono suena. Es Naty ¿será que se arrepiente? –Ya voy a abordar, te aviso cuando llegue.- Me dice susurrando.

Los que se van prometen que se conectaran, que no nos olvidaran. Pero la vida se encarga de fabricarles nuevos amores. En esos caminos siempre hay gente a quien querer y la distancia tiene por costumbre diluirnos como agua. Le contesto a Naty después de hacer el silencio propio de quien se hace pedazos en el suelo tecnicolor:- Recuerda siempre que te quiero. Que la soledad del que se queda es mental y aunque me dijiste que los regresos son posibles y con ellos la felicidad es implícita  yo sé que la diáspora es secreta.

 Ricardo Adolfo

Antinomia

Plazismo nativo

Imagino una hora en que, por delirio más que por leyes físicas, no existiera la incertidumbre de la hora inmediata. Sería como renunciar a lo tangible y profesar lo fortuito. Dejarse llevar por el momento, sin que se me juzgara por aferrarme a este tiempo. A fin de cuentas, estoy atascado en el ahora. Un ahora que me hace ser yo en mi futuro. Un yo que no existiera si no fuera hoy.

Lucía me observa con sus grandes ojos cafés y sus caprichosos abrazos. Su vestido soy yo. Su ahora también soy yo. Y en esta delirante conjugación de tiempos presentes, me veo en un desigual intercambio de amores. Tan desiguales como mi amor por ella y lo que ella siente. Que no es sentir, sino algo más táctil. De palmas de manos, de dedos y espaldas erizadas.

Ella gime porque es lo único que espera decirme. Y yo, en mi dedicado concierto de caricias, me guardo los “te amo” que me delatarían. En silencio, le reprocho al lado izquierdo de mi pecho que sienta tanto por una mujer que no quiere que la quieran.

La madrugada se nos escurre por la sabana, arrancándonos fuerzas y añadiendo jadeos. Piel y manos se confunden. Ella hace una pausa, me mira a los ojos, rodea mi cuello con sus manos y, con un inusual destello de humanidad, me dice:

-No te digo esto muy a menudo…pero te amo.-Se da la vuelta y me regala su nuca y su espalda aún erizada.

Yo la sujeto con mis brazos, la beso y llego a su oreja con varios besos en el trayecto.

-No te lo digo esto muy a menudo…pero quisiera amarte menos de lo que lo hago.-Ella suspira tan profundo como un ahora y tan impreciso como un después. Y se duerme, tan segura de que mañana seguiré queriendo ser sus “hoy”.


 Ricardo Adolfo

Capitulo Final

Pensaba en la carretera. En los kilómetros. En los pueblos que atravesé y en el cansancio que me apretaba desde los tobillos. Gire la llave ansiando que por esta vez el aire acondicionado funcionara.  Abrí la puerta tratando de eludir sin fortuna ese rechillido macabro de bisagras viejas cansadas de no ir a ningún lado. Mire a ambos lados del pasillo, solo el vacío de la noche y muebles desgastados. A lo lejos, un murmulló de varios televisores unidos a la fuerza, que buscan inútilmente acallar recuerdos.
    Al encender la luz me sorprendí al ver una mujer en la cama. Estaba de espalda a la entrada y escasamente vestida con la sabana.
-Disculpe me equivoque de habitación- Dije retrocediendo y usando la puerta como burladero. Pero ella con voz colmada de arrogancia, no dejo que cerrara la puerta.
- Joaquín no te equivocaste, te estaba esperando.
- Y… ¿cómo me conoces?- Respondí con un falso valor.
Ella se dio vuelta, y la sabana dejo ver su busto, con una sonrisa desvió mi mirada que se había apoderado de sus senos. Me miro con una mirada conocida, mientras su largo cabello manchaba de negro la almohada. Estaba petrificado. Su desnudes  no me dejaba reaccionar.
-Tardaste un poco, como siempre- Interrumpió ella.
En ese momento creí reconocerla. Sentí como un sudor frio me corría por la espalda. La cena que llevaba en las manos rodo por el suelo y junto a ella mi maleta.
-¿Sofía que haces aquí?...pero-No pude decir más.
-No, no soy Sofía.- Confesó ella con una voz susurrante y esta vez irreconocible
-Pero te ves como ella, hablas como ella hasta hueles como ella, ¿Cómo no puedes ser tú Sofía? ¿Si no quién eres? ¿Un fantasma?
-¿Qué quién soy? Te creía más intuitivo, más observador. No me decepciones- Se levantó. Dejo la sabana sobre la cama y camino desnuda hasta mí. La luz se deslizaba por las caderas de aquella mujer que ya no sabía quién era. Ella agrego:- Soy tu soledad.
-¿Mi qué?... ¿Mi soledad?- En ese momento ella cambio de apariencia. Como otras mujeres. Como muchas mujeres. Alucinante. Hasta volver a su aspecto de antes.- Eres igual a Sofía…
-¿…y a quien podía parecerme si no a Sofía? No te sorprendas.  La soledad es una mujer, la tristeza, la agonía, la oscuridad es una mujer.- Contesto con una voz, que tomo matices de varias voces.
-¿Eres algo así como… la muerte?- Dije ahogado en miedo.
-No solo la muerte sentencia. No solo la muerte le pone fecha a tus días.
-¿Pero qué haces aquí? ¿Qué quieres de mí?
- Me evitaste por muchos años, te escondites en relaciones fáciles y en más de una botella de whiskey. Casi te atrapo en el funeral de tu padre y en la noche que Sofía te dejo.
Intente irme, pero ella me sujeto del brazo y añadió- Aquel infarto era la oportunidad, pero nunca me han gustado las carreras arregladas. Así pues, que estamos esta noche finalizando tu historia.

Di un paso más. Cerré la puerta. Apague la luz y nunca más supe de mí.

Una guerra privada

Todos los días, Darío entra al baño enfrascándose en una discusión frente al espejo, queriendo derrumbar las barreras que el mismo se construye alrededor.  Verónica aún no sabe cómo interpretar este ritual aunque llevan juntos más de ocho años. Ella por un tiempo quiso aceptarlo,  pero  le dio mejor resultado hacerse la desentendida. Sin embargo, hay días en que como ayer, la catarsis de su marido fue a todo pulmón. Luchó por ignorar. Intentó ahogar los gritos con la almohada, y hasta encendió el televisor con el odioso noticiero que tanto le molestaba. Sólo por esta vez, se propuso omitir el hecho que su compañero de vida, cada día daba un paso hacia la locura. Ninguno se dijo una palabra durante el desayuno, ni  tampoco se llamaron para cuadrar el almuerzo. Verónica recordó que la situación se hizo preocupante hace un mes, cuando Darío se puso violento, mientras le gritaba a su propio reflejo.
Darío sin darse cuenta llevaba su matrimonio en líneas divergentes. Con los días, sus peleas con el espejo se hacían más enfáticas y enconadas. Sus delirantes monólogos abusaban de su cordura y la de su esposa.  Verónica en cambio hubiese preferido que peleara con ella, que discutieran por la falta de dinero o porque se acabaron las galletas. Pero Darío sólo tenía una pelea cazada. Consigo mismo.
Los argumentos variaban desde sarcasmos hasta acusaciones específicas: “¿Por qué dejaste el Fútbol? Hubieses sido profesional. ¡Te dejaste llevar por lo que te decían y terminaste estudiando Economía!...y la guitarra nunca la tomaste en serio”. Darío buscaba mejores reproches y se encendía cuando su propio reflejo sólo le devolvía la misma mirada de odio con la que él le miraba. Verónica trata de buscar una solución y una noche quita el espejo, y lo esconde en el cuarto de los peroles. Darío esa noche entra al baño; se percata de que le han quitado la ventana por donde se asoma su adversario. Se cepilla los dientes frustrado por no poder rivalizar, y se acuesta sin decir una palabra.
Al día siguiente, Darío había instalado un espejo aún más alto e iluminado. Su adversario era más grande, pero no por ello más intimidante. Los días pasan más lentamente y aunque  las peleas se distancian, Verónica no supo cómo responder a la reacción de su esposo. Se sentía acorralada y vencida.
Un martes hastiada Verónica increpa a su esposo: “¡Estoy harta de esto, ya no soporto más lo que haces al verte al espejo! ¡Te alejas más y más, ya no sé quién eres!” Darío sin perturbarse la mira extrañamente complaciente y, sin decir nada aún, le da media vuelta, sujetándola suavemente por los hombros. De la misma manera la conduce hasta el nuevo espejo del baño. Frente a  él, le dice al oído: “Mira fijamente a través, alrededor, como si buscaras el contorno.” Ella sigue sus instrucciones llevada por la curiosidad y por la dulzura con la que por fin Darío le hablaba. ”Te fijas; allí quien te mira es la mujer que amo con todo lo que mi ser puede amar a alguien, y junto a ella un hombre con exceso de canas, con una calvicie que heredo quien sabe de quién. Que además ya padece de lumbago y colesterol alto. Un hombre que se puso metas muy altas que jamás hizo el intento por cumplir. Un sujeto lleno de inseguridades ¿Te das cuenta de lo mucho que odio a ese hombre, que tiene el desparpajo de mirarme a los ojos cada mañana?” Verónica le quita por un momento los ojos al espejo y le regala una mirada a su esposo. Por un segundo lo ve con más comprensión. Para luego devolverse al espejo gritando: “¡Egoísta, desconsiderada…prepotente…!”

Darío aun viendo el espejo, se sonríe. Deja a su mujer gritando y, se aleja sabiendo que es una pelea que ella sola debe enfrentar y ganar. Una contienda que será dura y, de la que él solo deberá ser un espectador.

 Ricardo Adolfo