Hay parte de la familia que solo veo en funerales. Hay los que deambulan de vez en cuando por mi vida. Mis primas no dejan de gimotear. Otros salen a los jardines para fumar y ponerse al día. El chuchiqueo se enreda con los lamentos. Periódicamente me llaman para saludar a alguien que no he visto en años
Por respeto a mi tía, Alberto negocio una tregua con Alicia en pleno divorcio. Y hacen alarde de tolerancia en medio de la sala. Si solo pudiera saber en qué piensan en ese momento tan incómodo. Ya no quiero más café, sobre todo porque el café me hace el efecto inverso. Tampoco quiero más saludos de condolencia, pues hay quien lo hace por lastima y otros con tanta reverencia que me enferma.
Llega el Padre Ricardo. Algunos de dolientes lo siguen hasta la habitación donde está la urna. Por un momento quise ir también. Pero ya estoy algo cansado. La noche fue larga y desgastante. Los lentes oscuros no ayudan y ya comienzo a sentir calor.
Un desfile de personas atraviesan la entrada principal. Van y vienen dejando abrazos y lágrimas regadas por el recinto. Creo no soportar el ambiente una hora más. El peso de la tristeza se mezclaba con el cansancio y me hacía arder el hombro derecho.
Johana aparece justo cuando estaba por desfallecer. Sonríe tímidamente. No se acerca, permanece en el umbral de la puerta. Me levanto y camino restregándome las manos en el pantalón. Le tomo una mano al tiempo que ella sin dudar dice:
Volví a llorar. Abrazándola con fuerza. Ella también lo hacía. Mientras que la gente pasaba dándome palmadas en el hombro y diciéndome:
-Sentido pésame.